3er PREMIO – «ESCURRIDIZA» un cuento de María Cebrián

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Cuento galardonado con el 3er Premio en el I Certamen de Relato Breve FUNDEM – Jardín de l’Albarda celebrado junto a Taller Paréntesis Dénia.

ESCURRIDIZA

un cuento de MARÍA CEBRIÁN

Ella me observa con ojos vidriosos y en su mirada puedo percibir la esperanza de que me arrepienta. Un chillido agudo se le escapa por la boca y mi instinto se despierta. No me frenes, mamá, es mi hora.

La primera salida. Ser capaz de aportar a la comunidad lugares útiles: otros escondrijos, nuevos puestos de caza y vuelos que parezcan imposibles.

Se me escapan un par de bandazos con mi esponjosa cola color teja. Miro impaciente a un lado y a otro, las ramas más altas me seducen. Estoy preparada y no vuelo sola, lo hago después de mil prácticas junto a ella.

Ella, la envidia de la comunidad por su brillante pelaje, mantiene las orejas erguidas, alertas, transmitiéndome la tensión del peligro que no puede controlar. Apoyo las patas delanteras sobre la rama en la que descansamos y me acerco para despedirme. No quiero demorarlo más. Me sitúo a su altura y muevo los bigotes como a ella le gusta.

Tomo impulso con un golpe seco, corro y salto entre varias ramas. Me alejo con rapidez. Creo que soy muy audaz. Mi primer salto largo en solitario. Mi primer vuelo sin ninguna tutela.

Clavo las uñas en la corteza del roble y diviso mi objetivo. He visualizado el salto infinidad de veces. Repaso los cálculos. Al otro lado, una frondosa carrasca hace bailar sus hojas infiriendo al Jardín de l’Albarda una majestuosa banda sonora que acompasa los cantos de distintas aves al ritmo del viento.

Respiro con profundidad, tenso los músculos e inicio el viaje. Dejo de sentir el roble bajo mis dedos, acomodo mi cuerpo y penetro en una racha de aire que me abraza suavemente. Planeo entre el roble y la carrasca. El aroma de las rosas en flor me impulsa.

Preparo mi cuerpo para el aterrizaje. Despliego los dedos para aferrarme a la rama y que las almohadillas amortigüen la llegada. ¡Error de cálculo! El rocío de la mañana cubrió la carrasca y la hizo escurridiza. Mi agarre es insuficiente. Lanzo zarpazos a diestro y siniestro intentando clavar mis uñas desesperadamente en ramas u hojas.

Ella, con ojos atentos, me observa aterrorizada. Un chillido agudo sale de su boca y mis sentidos se apagan. No me frenaste, mamá, no era mi hora.

 

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